Se supone que aquí es donde intento convencerte (que es «vencerte con» algo: argumentos, regalitos, una foto con una pose que en la vida real nunca adoptaría…) para que me dejes tu correo y yo, sutilmente, intente venderte mis relatos y novelas.
También debería hablarte de todo lo que me importa en la vida, de mis valores y de para qué hago lo que hago. Con esto empatizarás conmigo, dice el márketing.
Pero estamos entre adultos. Yo soy un escritor novel de literatura homoerótica (entre otros géneros que no me han dado tantas alegrías) y tú eres un lector libre para quedarte o irte cuando quieras. Yo sueño con llegar a vivir de mis escritos (no solo de las novelas, también de guiones de películas y otras creaciones, de las que te hablaré en otro momento) y tú un adulto con criterio que no está para que le vendan motos.
Los dos sabemos que lo más importante en la vida es el tiempo y el dinero (junto con el amor, emocional o físico). Mis obras tienen que estar a la altura para que te gastes unas monedas leyéndolas (un café, una cerveza, un menú de esos poco saludables pero sabrosos) y unos valiosos minutos de tu vida que nunca volverán. Porque mi tiempo ya lo he gastado en escribirlas (de media, entre ocho y doce horas por cada siete mil palabras), y mi dinero en libros, cursos, promociones, servicios profesionales y otras cosas.
Así que no pretendo convencerte de nada. Yo voy a seguir tras mi sueño. Tú estás invitado a vivir esta experiencia conmigo.
Si quieres.
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